EN LAS MONTAÑAS DE ESA LOCURA

Juan Carlos Chirinos


Boy with rabbit hood, Kathie Olivas


No son pocas las ocasiones en que dejo de lado el más sesudo de los libros, o el mas interesante, para dedicarme a leer (y, muchas veces, re-leer) el vicio que cultivo con más concupiscencia: los cómics. Uno de mis favoritos es Lucifer, esa maravilla de Mike Carey, inspirada en aquel capítulo de Sandman donde el diablo se cansa de gobernar el infierno y dimite cortándose las alas, dejándole la llave del negocio al señor de los sueños. Qué hace con esa llave lord Morfeo hay que preguntárselo a Loki y a Duma, el ángel guardián del silencio, que nunca habla —¿o sí?—. Pues resulta que el señor Lucifer se muda a Los Ángeles, abre una taguara a la que llama, desde luego, Lux y, después de hacerle un favor a Yahvé, recupera sus alas en poder de los hijos de Izanami, la temible diosa de los muertos oriental, dueña de la casa sin ventanas, y se dedica al negocio de ser dios: crea su propio universo, a pesar de la oposición de los basanos, o cartas del tarot.

El mundo de los cómics es vasto, y creo que debe existir uno para cada tipo de lector. A mí siempre me han gustado los cómics en color, que sean fáciles de comprender, en los que uno pueda deslizar la imaginación con cierta modorra, con esa impudicia que sólo la falta de voluntad puede generar. Quizá a los romanos del siglo primero y a los griegos del siglo quinto les habría producido harto placer la lectura de las historietas tal como se cuentan hoy en día, sea de la mano de uno tan criticado como Gaiman, de un célebre como Moore o uno como el autor de las historias del diablo, el único adulto que cumple sus promesas a los niños, aunque esto último sea más por orgullo que por nobleza. Sin duda alguna, Alcibíades habría desperdiciado eternas horas atenienses siguiendo las peripecias del señor de los sueños, los watchmen, o incluso de las aventuras de la pequeña Lulú. Sócrates lo habría reprendido; y, en su palacio, Virgilio habría lamentado la falta de profundidad de su conciudadanos. Pero, en la hora de la soledad, tanto el filósofo ateniense como el divino guía de Dante habrían sucumbido a la seducción de ilustraciones como la que encabeza este texto, obra de Kathie Olivas, autora de los Misery Children. ¿Hay una imagen más fiel a la decadencia de abundante información que estamos padeciendo en nuestro tiempo? ¿Hay otro tipo de morbidez que sea más narcótica y al mismo tiempo tan necrótica?

Subo, no obstante, a esa montaña de locura; y desde allí contemplo el mundo —y lo pienso.